Es moneda corriente en el mundillo del fútbol oír a aquéllos que conocen un poco la trayectoria de Puga, compararlo con José Amalfitani, con León Kolwosky o con Alberto J. Armando, sin duda importantes dirigentes que engrandecieron a sus instituciones. Pero el camino recorrido por Puga fue bastante diferente.
En esos casos y en otros similares las entidades tienen dos y tres veces más años de antigüedad y el sostén de una masa societaria creciente. Juegan en categorías superiores que recaudan cifras astronómicas, son dueños de los pases de jugadores que cuestan millones, y tienen planteles numerosos con divisiones inferiores completas y todas sus necesidades cubiertas. Poseen pensión para sus jugadores, consultorios médicos de primerísimo nivel, dietólogos, complejos vitamínicos, sauna, yacuzi, buses de dos pisos, Gatorade, Anaflex y la mar en coche.
En Atlas se tuvo que hacer una kermés, varias rifas y un sin fin de alevosos pedidos de donaciones para poder comprar un terreno en la loma del culo. (Querido lector, ubíquese por favor en la localidad de Las Malvinas en 1968).
No se recuerda que algún dirigente de primera división después de su trabajo (?) diario, se pusiera el overol y solo, con la compañía de su sombra y una pala en la mano, acarreara la tierra para rellenar la cancha, o hiciera los pozos para los postes del alambrado o preparara el pastón para levantar las paredes de los vestuarios con ladrillos donados o comprados con la sangre de dos o tres personas.
Los jugadores de Atlas y de la mayoría de las entidades que militan en las divisionales de la “C” y de la “D” tienen que trabajar duro para poder comer, y cansados hasta el hartazgo, corren hasta el club para poder entrenar, siempre y cuando el equipo entrene. En las viejas épocas y hasta hace pocos años, si no se iba por cuenta propia a correr o a hacer algún picadito, los jugadores llegaban al día del partido totalmente duros y a los quince minutos del segundo tiempo, luego de haber tirado los bofes cerca del alambrado, se caían a pedazos. Y muchas veces, por esa cuestión se perdían los partidos.
Es muy fácil para los mediocres y para los ignorantes de la realidad alcanzar la burla, y es hasta divertido preguntarse quién carajo es Atlas y porqué a cada rato queda desafiliado o para qué mierda existe. Esperamos que a través de ésta página, con aspiraciones tan sencillas, tan humildes como las que pregonara don Ricardo Puga, se les pueda esclarecer la mente a aquéllos que lo intenten.
No podemos comparar lo que realizó Puga a lo largo de su vida con lo que pudieran haber hecho algunos dirigentes de las divisiones superiores, porque sería una deshonrosa falta de respeto hacia una de las personas más humildes y más dignas que el mundo ha conocido. Una persona que figura en el “Libro rojo de las especies en extinción”.
Finalmente, lo sabemos bien y hay casos muy concretos, de muchos dirigentes de las categorías menores que han dado sus vidas por el club de sus amores.
Por intermedio de esta página y en la figura de Ricardo Puga, deseamos homenajear a todos ellos, sin fanatismos ni distinción de colores.
Ricardo Puga nació el 31 de octubre de 1924 en Alcorta, pueblo oficialmente fundado el 21 de diciembre de 1892, dentro del departamento Constitución, provincia de Santa Fe, República Argentina. Según el último censo del año 2000, su población ascendía a 9 200 habitantes.
Es hijo de Natividad Moreno y de José Puga; tuvo un hermano, Antonio, fallecido hace poco tiempo, y una hermana menor, Eladina, con quien comparte rigurosamente todos los fines de semana. Desde chico abrazó su gran pasión: el fútbol, y si bien no se destacó por su virtuosismo con la redonda, eso no iba a ser un impedimento para realizar la obra que el destino le tenía reservada.
Hoy, don Ricardo Puga limita su vida placentera a la visita semanal que hace a la casa de su hermana, a algunas lecturas, a hacer crucigramas, a escuchar música y a ver algo de televisión. Vive en la localidad de José C. Paz, y todos los días, invariablemente, cuando se sienta en el fondo de su casa y abre la puerta del recuerdo, lo visitan cientos de niños y jóvenes que pasaron por Atlas, “su” club.
Algunas frases de Don Ricardo Puga:
* “Si tuviera que empezar de nuevo NO haría lo mismo. Lo mejoraría, porque sé que he cometido errores”.
* “Cuando hice la cancha y como tantas otras veces, trabajé solo, y como no había plata para pagar obreros, a veces me acompañaban algunos amigos o jugadores. Siempre me dicen que yo hice el club, y yo digo que el club se fue haciendo solo, ayudado por otros”.
* “La gente siempre quiere hacer negocios y todo no sirve para hacer negocios, algo tiene que ser puro. No se debe pensar tanto en la guita. Si tenés dinero algún día te vas a morir y otros la van a gozar. Vos ya no lo vas a necesitar. Yo gané mi dinero con mi trabajo, y lo utilicé como creí que mejor me satisfacía. Yo no hice lo que hice para que la vida me recompense; si ella me recompensa de alguna manera, bien, sino ¿qué se le va a hacer?”
* “Algunos me dijeron desde siempre si no había sido egoísta para conmigo mismo, y si no me arrepiento de no haber vivido un poco más para mí. Y yo les respondo que si hice lo que hice fue porque quise y porque me gustaba ver a los pibes, que en vez de estar atorranteando por ahí, jugaban al fútbol y eran felices. Y yo también fui feliz. Ellos se divertían y yo también me divertía, nada más”.
PRIMEROS AÑOS
Es muy importante aclarar que la historia del Club Atlético Atlas se divide en dos etapas bien diferenciadas. La primera, la verdaderamente amateur, va desde su fundación en el año 1951 hasta la afiliación a la AFA en el año 1964. La segunda, la oficial, se extiende desde ese año hasta la actualidad. La mayoría de los jugadores de la primera etapa no jugaron en la segunda. Los motivos son varios pero fue definitorio el traslado de la cancha y los meses de transición posteriores, agregado a la partida de numerosos jugadores y el replanteamiento que debió hacer Ricardo Puga ante el advenimiento de dicha afiliación. Todo eso obligó a su fundador a traer nuevos jugadores y ampliar los planteles con miras a
un compromiso más exigente.
La cancha de Atlas se encontraba aproximadamente en la manzana limitada hoy por las calles Cramer, Santos Dumont, Zapiola y Concepción Arenal.
En ese terreno Puga hizo una cancha grande y una cancha de baby fútbol. Construyó una vivienda para el casero, espacio para los vestuarios y para la utilería que se compartía con el club Rayo. La cancha de baby se ubicaba hacia la calle Cramer y en forma perpendicular a la grande, que lindaba con la de Fénix hacia el Oeste y con la de Rayo hacia el sur. En las tareas de limpieza y la preparación del terreno, colaboraban los chicos que conformaban el plantel, quienes alternaban ese trabajo con la diversión. Los históricos Roberto Albor y Pechito Segovia cuentan la aventura que significaba para ellos cazar ranas en el bañado, o subirse a los carreteles de cable telefónico de Pirelli que se encontraban abandonados y navegaren esas aguas como si fueran botes. Inocencia e inconsciencia en su estado más puro y virginal. La inocencia de la niñez y la inconsciencia de no saber que estaban inaugurando una historia rica en afectos, en alegrías y en amistades.
El fervor puesto de manifiesto por los primeros clubes, contagió a otros chicos que empezaron a limpiar el terreno con las mismas ansias buscando su propio lugar. Así, en poco tiempo, siete formaciones, siete clubes, ocupaban casi todo el campo con sus canchas, sus arcos y sus redes. En este gigantesco predio de más de ¡150 000 metros cuadrados! y a través de un deporte como el fútbol, se forjó el futuro y las ilusiones de miles de hombres. En ese lugar afloró el fútbol en su nivel máximo de pureza y aún hoy, cuando transito por su geografía de estudios de televisión y edificios horripilantes, me suenan los gritos de gol y el asombro de las gambetas forjadas por cientos de enormes jugadores que acariciaron esa tierra.
Los siete clubes (Los siete magníficos, como les decimos) que tenían su cancha en ese terreno eran: Jorge Newbery (luego Adolfo), Antártida Argentina, Atlas, El Alba, Fénix, Lucero de Palermo, y Rayo.
La organización permanente de campeonatos y de partidos desafío en ese lugar generó la creación de decenas de clubes o de planteles de fútbol en todos los barrios de la vecindad. Éstos no tenían una cancha fija, pero de a poco fueron creciendo en notoriedad los nombres de Cione, La Peña, Fraga, Nacional, Juventud Naciente, William Morris, El Rosedal, Torino, Coronel Dorrego, Rojiblanco, Mundo Infantil, Estrella Azul, Martínez, Progreso del Once, Villa Dorrego, Evaristo Carriego, El Trébol, y Defensores de Almagro, entre otros.
No habría de pasar demasiado tiempo para que se forme, con “Los siete magníficos” y la mayoría de estos clubes, una entidad denominada LAFA (Liga Argentina de Fútbol Aficionado) en donde cada club tenía un representante y entre ellos se elegía una comisión directiva conformada por un presidente, un secretario, un tesorero y vocales. Las reuniones se llevaban a cabo en el salón Dekleva ubicado en la calle Jorge Newbery entre Charlone y la Avenida Córdoba. Allí se organizaban los campeonatos y se designaba a los árbitros para cada partido, quienes en un principio lo hacían ad honorem. Con el tiempo hubo que asignarles un pago por sus servicios, dinero que se obtenía con la venta de rifas, la organización de bailes, etc. Esta entidad iba a desaparecer, casi simultáneamente, con el exilio hacia otros destinos de los clubes que la conformaban
(Extraído del libro “CLUB ATLÉTICO ATLAS” de Miguel Á. Giordano)
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